Ella, decían que tenia doble personalidad, yo creo que era
múltiple y que no la reconocía ni su propia sombra.
Adoraba el Jazz, se sabía su escala de memoria y el saxo
destripaba todas las notas de la alegría en cada concierto. Despeinaba
cualquier alma que se cruzaba por su camino, invitaba a beberse la vida en una
copa, con el truco de que te emborracharía antes para controlar la situación. Le
gustaba conversar entre caladas de cigarros que la mataban un poco por dentro,
y apostaba mentalmente a cuántos chicos podía dejar con un el fuego entre las
piernas.
Era graciosa, pero a ratos cruzaba la línea de lo
descarado y derribaba unos cuantos
peones a su paso, jamás llevaba tacones, ella decía que no le hacían falta para
sobresalir, que tenía otras armas, la verdad era que le hacían roce después de
pasada la media hora, y que eran un incordio si tenía que salir corriendo.
Porque ella era como la cenicienta, tenía que desaparecer de las fiestas
pronto, dejando las babas de más de uno en la boca, y se olvidaría de los
nombres al salir el bar.
Había follado, y mucho, en los sitios menos pensados, de la
manera más animal y poco correcta, con la lencería más negra posible y el
tiempo contado. Jamás se quedaba a dormir bajo otras sábanas, ella necesitaba
su espacio y unas sábanas frías como el hielo para poder sumergirse en los
brazos de Morfeo.
No le daba miedo la soledad, apreciaba el silencio de una
casa vacía dónde quitarse el sostén y bailar como una loca, o viajar a mundos
indescriptibles en libros que nadie imaginaba que leía.
Algunos conseguían burlar todos sus mecanismos de defensa,
y traspasar la barrera de sus oscuros
ojos.
Entonces conocían su parte melancólica, esa que por las
noches le hacían conversar con la Luna y las estrellas, arrugaba sus sentimientos
en papeles, y su letra se torcía del dolor, algunos asumían una mala
caligrafía. Le gustaba ver películas dramáticas que acompañaban siempre con un
té de menta, y en las noches de verano la veríais pasear por los puertos
refrescándose con el helado de limón.
Algunos la llamaban romántica, por esperar conexiones sin
palabras, confesiones que ella interceptaba de otras personas. Soñaba con que
un día tocaría al unísono de otra melodía una canción que fuera su vida. Le
dolían los espejos, las preguntas, los interrogantes. Le daba miedo que la
conociera, que descubrieran que detrás de todas esas envolturas sólo existía
una niña asustada al futuro.
Creo que era medio suicida, porque le encantaban las
alturas, y tirarse desde cualquier acantilado con una sonrisa en la boca, decía
que no era una kamikaze, que tenía unas alas invisibles que la despegaban de
este mundo, y que le encantaba la adrenalina que le producía vértigo.
La vi pedir socorro en personas que no sabían de curar, y
chapotear entre sus propias ojeras como si fuera una manera negra. Tenía una mirada triste que era un torbellino
de tormentas.
Era un desastre dependiente de recibir cada nuevo día una
nueva emoción.
Ella, tan sencillamente retorcida.
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