Dedicado a todos los animalitos, porque cuando podamos comunicarnos y
entendernos sé que insultaréis a nuestros muertos y también a los que quedemos
vivos (y, desgraciadamente, tendréis razón).
Hacía veinte años que este tipo
de cabras salvajes se había retirado a una pequeña área montañosa donde
lograron por un tiempo mantener una población estable. La naturaleza es sabia (también
cabrona, que todo depende del punto de vista y si no que le pregunten a los que
solo pueden ser comidos, es decir, los que están abajo del todo en la cadena
trófica), y estas cabras aprendieron a vivir en paredes prácticamente
verticales. Al principio se despeñaban frecuentemente pero sus pezuñas se
adaptaron finalmente al terreno. Allí las veías saltando libres de un peñasco a
otro y comiendo los hierbajos que crecían entre las grietas.
Era el último reducto de esta
especie de cabras que había desaparecido del resto del universo entero debido a
las guerras y el hambre. No porque las cabras fuesen a la guerra, que de eso no
tengo noticia hasta la fecha (aunque los soldados estén como cabras), sino
porque los soldados hambrientos solían cazarlas para alimentarse. Y fíjate, la
necesidad de sobrevivir les había llevado a vivir en una situación tan
inhóspita.
Pero por unas y otras razones la
población se ha visto reducida a una hembra y un macho. Ayer copularon. Hoy un
par de cazadores que han pagado una millonada desayunan, preparándose para
mandar al carajo a las dos últimas cabras.
-¿Te acuerdas de las últimas
ballenas? Qué subidón. Hoy me siento igual. ¿No es maravilloso ser dios por un
momento? Tú sí, tú no.
-La verdad es que es una
sensación agradable, a pesar de que cuando el orégano desapareció mi abuela se
puso furiosa. Pero bueno, ahora con esto de la ciencia podemos hacer lo que
queramos.
-¿Preparada, entonces?
-¡Sí!
Cogen los rifles y empiezan a
caminar. Una hora después se escucha un disparo y vemos un bulto cayendo por el
precipicio, chocando allí abajo contra el suelo. Poco después se oye otro
disparo y, de nuevo, algo cae de las alturas a teñir de rojo el suelo.
Otra mujer con un fusil al hombro sale de su escondrijo. En su fuero
interno sabe que las cabras le están dando las gracias.
Andrés Varela
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