"A la vez que la cárcel recibía a sus
nuevos reclusos, también recibió a su nuevo carcelero. Cuya promesa terminaría
por condenar su alma:
-“Daba igual el precio a pagar, daba igual los
medios a usar….les haría sufrir un dolor más allá de la propia muerte, pues no
había castigo lo suficientemente doloroso ni horrible para aquellos animales”-.
Una vez fue un sanador, un padre de
familia, alguien que amaba y apreciaba la vida, pero ya no tenía familia, ya no
era un sanador, ya no veía ilusión alguna a la vida. Mentiría si dijese que no
disfrutó torturando y experimentando con los culpables de la muerte de su
familia. Experimentando formas de separar el alma del cuerpo, formas de
capturar el alma de la gente y hacerles sufrir para toda la eternidad.
El tiempo terminó por borrar lo que
fue; olvido su propio nombre, olvido el por qué empezó todo este macabro juego.
Es fina línea que separa la cordura de la locura…. Y él la había roto. En la cárcel desapareció toda
luz del hombre, y fue sustituida por la oscuridad de su interior.
Thresh.
Ese fue su nuevo nombre y sus acciones
se convirtieron en canciones que aun hoy en día causan terror en los corazones
de la gente.
La noche en la que Thresh fue colgado
de sus propias cadenas, en el preciso momento en el que la muerte iba por fin
en su búsqueda, su fragmentada mente se recompuso durante un instante. El
hombre que fue se encontraba cara a cara con el monstruo en que se había
convertido. Su antiguo yo solo sentía tristeza y horror por sus actos, solo
deseaba morir de una vez. Pero no era más que un eco en la quebrada mente de Thresh.
Y el monstruo se negaba a morir.
El hombre desapareció, el espectro
nació y con él su obsesión y ansia de
almas que torturar….
Hasta el hombre más bueno es capaz de cometer
las mayores atrocidades.
Cualquier mente se puede quebrar, y liberar la
monstruo que llevamos dentro.
Todos podemos perdernos en la oscuridad de la
locura."
Fernando Lominchar
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