El pozo.

lunes, 31 de octubre de 2016

Había una vez un niño, llamado Mike.
Mike tenía una amiga, llamada Ellie.
Era la noche de Halloween, de hace no mucho tiempo.
Ellie se disfrazó de fantasma.
Mike se disfrazó de vampiro.
Fueron juntos, cuando ya había oscurecido, a por caramelos.
Sus bolsas ya pesaban y solo las estrellas los alumbraban cuando Mike decidió volver a casa.
Pero Ellie lo retuvo, señaló hacia el otro lado de la carretera.
Había una casa, sin luces, con la verja delantera abierta.
Mike no quería ir, ya tenían muchos caramelos.
Ellie lo llamó gallina y le tiró de la manga, llevándolo al interior.
Atravesaron la verja y llamaron a la puerta, nadie respondió.
Mike dijo que no había nadie, que debían irse.
Ellie dijo que había oído algo en el patio trasero.
Mike le recordó que sus familias esperaban.
Ellie lo ignoró y lo arrastró tras ella.
En el patio trasero no había nadie, solo un pozo.
Ellie se acercó y se asomó.
Y se inclinó para ver más allá de la oscuridad.
Y cayó.
Mike la escuchó gritar.
Y corrió a asomarse a la oscuridad del pozo.
Pero no veía nada. Gritó para llamar a Ellie.
Pero solo oía el eco de su grito.
Miró a su alrededor, pero no había cuerdas ni ramas ni linternas.
Mike se inclinó hacia la oscuridad del pozo.
Algo brilló en la oscuridad.
Unos ojos rojos.
Y unas manos pequeñas y pintadas con maquillaje blanco le agarraron.
Unas manos como las de Ellie.
Y lo arrastraron al fondo del pozo.

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