Eragon se acercó a rastras despacio, con el arco preparado. Su trabajo de los tres últimos días estaba a punto de culminar. Inspiró pro fundamente y... Una súbita explosión quebrantó la noche.
El rebaño echó a correr. Eragon se abalanzó sobre la hierba mientras un viento feroz le azotaba las mejillas. De pronto, se detuvo y disparó una flecha sobre la cierva que se alejaba saltando. Erró por muy poco, pero la flecha silbó en la oscuridad. El muchacho soltó una maldición, giró en redondo y colocó otra flecha instintivamente.
A su espalda, donde había estado la manada de ciervos, humeaba un gran círculo de hierba y de arboles. Muchos pinos permanecían en pie, pero desprovistos de sus hojas, y la hierba que rodeaba el exterior del círculo calcinado estaba aplastada, al tiempo que una voluta de humo se elevaba por el aire transportando el olor a quemado. En el centro de la zona devastada yacía una gema de color azul brillante sobre la cual se arremolinaban frágiles zarcillos impulsados por la neblina que serpenteaba por el chamuscado terreno.
Eragon, Christopher Paolini
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