Envianos tus historias XXV:

viernes, 15 de julio de 2016

Cómo iba a poder imaginarlo, en aquel bucólico espacio donde las mariposas revoloteaban sobre una explanada de un césped -casi- perfecto. Y digo casi porque el verde no era tan verde, y prácticamente había tantas hormigas como granitos de arena.
Pero eso no importaba, porque tenía todos mis sentidos ocupados con el olor de tu pelo y el tacto de tu espalda.
Boca arriba sobre la hierba fresca, desnuda hasta las cejas y ningún motivo para tener frío, sino más bien todo lo contrario. En ese momento me gustaba tener los ojos cerrados, potenciando así todo lo demás, creando un escalofrío al roce de tu cuerpo solamente posible tras la incertidumbre de mis ojos negros.
Y qué bien estaba, sintiendo caricias por cada poro de mi piel. Y qué delicia, estar casi nerviosa cuando, sin haberlo planeado, mis muslos se desplazaban lenta y sigilosamente atendiendo a una nueva llegada. Nunca pensé que tanta humedad podía llegar a esconderse en mí, pero ahí estaba. Bajo las órdenes de unas grandes manos que se movían con la delicadeza propia de una madre bañando por primera vez a su recién nacido.
Y, ¿qué podía hacerle yo, si cada vez era menos yo y más un animal siguiendo su instinto? Forcejear con cara lasciva hasta conseguir ser yo quien estuviera encima. Eso sí era vida. Tener tu espalda bajo mi cuidado, bajo mi sexo desnudo y mojado. Comenzar a besar, arañar. Acariciarte entero, desde los pies hasta la cabeza, con mi lengua como guía turística. Porque me conocía tu cuerpo entero.
Pero no. Decidí quedarme debajo, porque en ese momento estabas tú ocupado en pasear tu lengua en mí y ser yo quien se dejara hacer. Tú sobre mí. Y después, tú entre mis piernas deseando oírme gritar. Y vaya si lo hacía.
Y qué más da si alguien podía oírnos. Juntos éramos uno solo y tú sabías muy bien cómo no dejarme ir, porque lo bueno siempre viene después y siempre fuiste una caja llena de sorpresas.
Porque te encantaba levantar la cabeza justo a punto de yo ver las estrellas, acercarte a mi boca y besarme agresivamente y sin descanso mientras te introducías en mí y yo, de nuevo, cerraba los ojos con la boca abierta y mis uñas desgarrando tu espalda.
Y es que, me pregunto cuánto tiempo estuvimos así, disfrutando el uno del otro sin pensar en nada más.


Paula Fajardo

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