Envíanos tus historias: Una araña sin dios ni amo

viernes, 12 de febrero de 2016

¡Buenas tardes a todos! Hace poco nos ha llegado un correo uno de nuestros lectores en el que nos mandaba un montón de relatos que ha ido escribiendo. Hemos leído algunos y la mayoría nos han encantado, así que hemos decidido publicarlos durante las próximas semanas, todos los viernes.

No olvidéis que si tenéis algún relato o texto que hayáis escrito y no tengáis donde publicar, podéis mandárnoslo a eltinteroabierto@gmail.com y nosotros lo publicaremos en el blog (te daremos todos los méritos, ¿eh?). Os dejo con el relato, espero que os guste.

-¿Vas a tomar algo?

-Ah sí, el sol, gracias.


-Largo de aquí.


Así que me levanté de la silla de la terraza y recorrí los escasos dos metros que separaban la cafetería de mi academia. Cuando me metí dentro la jefa estaba blandiendo una escoba al lado de un pequeño montón de basurilla. Dime tú si no te apetece trabajar en un sitio en el cual te puedes encontrar a la jefa barriendo y limpiando las aulas a las cuatro de la tarde. Mira lo que he encontrado, dijo orgullosa. Me acerqué y vi una araña bastante grande con unas patas larguísimas señalando el techo. No pude evitar pensar que ella había hecho mal en darle un escobazo, así que le dije que qué pena, que podría ser la reencarnación de alguien. Me miró como quien observa a un pingüino o a un león haciendo un seguro de vida en una oficina y soltó una sonrisa diplomática, que suena a algo así como ja-jeja-jaja. Le dije que la próxima vez me avisase que yo me encargaría de sacar los bichos y cogí al arácnido y me lo lleve a mi clase. La puse sobre la mesa mientras colocaba el material.


De repente se oyó psssst. Miré hacia la puerta pero no vi a nadie. Seguí ordenando fotocopias hasta que escuché de nuevo ese pssssssssssssst, más largo, como puedes comprobar. Nadie en la puerta, así que miré hacia la mesa, pues allí estaba lo único capaz, al menos más capaz que un libro sobre filosofía presocrática, de hacer tales sonidos. Cuando vi que una de las patas me invitaba a acercarme me aproximé a la mesa. Pssstt, escúchame tío, allega tu oreja. Acerqué mi oreja un poco al cuerpo que creía inerte. Pero no lo suficiente, parecer ser, pues la araña estiró dos de sus patas, cogió mi pabellón auditivo (la oreja, vamos) y tiró de la oreja hacia sí, imagínate la fuerza de la cabrona.


Soy Dios, voy a revelarte el sentido de la existencia, dijo con una voz quebrada. En serio, pregunté ilusionado. Estoy de broma, hombre, te voy a contar en primicia por qué razón es imposible dormir con los calcetines puestos. Pero cómo es posible que alguien bromee en su lecho de muerte, dije. No veo yo el lecho por ninguna parte, esto está más duro que una piedra, chaval, pero vamos a dejarnos de tonterías, mira, yo soy la reencarnación de…bah, no importa, el caso es que al tipo que lleva esto de las reencarnaciones le caigo mal y siempre me manda a cuerpos de insectos y bicharracos varios, pero yo estoy contento eh, él se cree que una araña es menos que un caballo, por ejemplo. Y por qué le caigo mal, dirás. ¿Por qué le caes mal? Muy bien, le caigo mal porque la primera vez que nos vimos le grité, mucho antes incluso de que el francés existiese como lengua, Ni Dieu ni maître!! Al principio no lo entendió así que cogió un diccionario omnisciente y luego me miró con esa mirada de así que tenemos a un listillo aquí, ya sabes, con los ojos algo entrecerrados, lo haría si no fuese porque no tengo párpados y tal vez lo que haga con mis ojos te confunda todavía más.


Me alejé de la araña y me pregunté de qué demonios estaba hablando el bicho este. Quizás estaba empezando a perder la cabeza. Hacía años que había asumido que llegaría un momento en mi vida en que mi mente diría basta, pero no sabía que ocurriría tan pronto. Cogí la araña y la tiré en la papelera. Me senté y empecé a llorar, cosiendo pensamientos que quería recordar antes de perder el contacto con la realidad. Pensé en aquel relato que siempre quise hacer que trataría sobre lo improbable que es que un autor publique anónimamente, es decir, sobre la voluntad de todo autor de darse a conocer y compartir. El relato se enfocaría en la vida del verdadero escritor del Lazarillo de Tormes, que despertaría en una taberna todo borracho diciendo algo así como mierda, me olvidé de poner el nombre.


Pensé en una situación sobre la arrogancia. Tal y como lo visualizo está una chica joven con una carpeta hablando con un pintor. Ella le pregunta, ilusionada, si ha pintado bodegones. Él le dice oye nena, soy un artista, no un frutero.


Después me vi como un rompecabezas formado por miles de piezas que ponían Mamá, Papá, María, Carmen, abuelos, tíos, Monforte, Orense, Santiago, Tianjin, Wolverhampton, Marta, Sara, Froilán, Iván, cerveza, y miles de nombres de personas, lugares y objetos.


Hice esfuerzos titánicos para no descomponerme, tratando de que las piezas no se saliesen de su sitio. Pero la jefa entró en el aula preguntarme si entendía de análisis sintáctico y, del susto, me descompuse sobre la silla. La jefa cogió una pieza del suelo que ponía chocolate y lo probó. MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM.


Andrés Varela

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