Al escuchar las palabras de Draín el desconocido sonrió y se giró hacia la puerta. A medida que avanzaba se iba abriendo un pasillo entre la muchedumbre Durledain que les rodeaban. Cuando llegó a la puerta caída en el suelo, sin girarse siquiera dijo:
― Tenéis dos meses para volver a forjar la espada. Si
en ese plazo no habéis terminado buscaremos a otros que lo hagan. No creo que
queráis que busquemos a otros, pues entonces no quedará ninguno de vosotros
para contar que fuisteis los primeros...candidatos.
Tras
estas últimas palabras el desconocido siguió andando hasta que la penumbra
envolvió su túnica y desapareció.
Después
de su marcha, Draín volvió a su banco de trabajo sin hacer caso del barullo que
se montaba en la forja. Todos los Durledain se agolpaban en torno al cuerpo que
yacía desmembrado en el suelo. Muchos lloraban, otros, completamente pálidos
eran incapaces de decir una sola palabra. Tras un largo rato de caos en el que
Draín, ajeno a todo, estuvo sentado mirando sombrío su mesa, se levantó y alzó
la voz.
―¡Silencio! Ya habéis oído lo que
hay que hacer. Quiero esa espada forjada. Y la quiero en menos de dos meses. No
quiero a nadie llorando la muerte de nuestro compañero, no quiero lamentaciones
ni malditos Durledain mirándose los mandiles. Ni miedos, ni lloros, ni
vaguerías. No tenemos tiempo para ello. Cuando terminemos podréis soltar todas
las lágrimas que no se os hayan secado en las forjas. Mientras tanto no quiero
una sola lágrima. Los Durledain somos acero, y el acero no llora. No sé
vosotros, pero yo tengo pensado vivir algo más de dos meses, y no pienso
permitir que un solo hombre con capucha decida cuando he terminado de vivir.
Tenemos un encargo y lo haremos. Forjaremos esa espada y tardaremos menos de
dos meses. Si conseguimos forjarla antes de que termine el plazo nos sobrará
tiempo para prepararle una sorpresa a ese endemoniado con túnica. No penséis
que esto va a quedar así. ―los ojos de Draín refulgían mientras pronunciaba
estas palabras― No penséis que vamos a pasar por alto la muerte de uno de los
nuestros.
Cuando
terminó de hablar todos los Durledain le miraban en silencio. Después de unos
segundos uno de los Durledain consiguió hablar.
― Pero Draín, esa espada tardó diez
años en ser forjada a primera vez. Se necesitó la ayuda y el esfuerzo de
cientos de nuestros antepasados para poder hacerlo. ―todos los presentes le
miraron asintiendo― Sus técnicas de forjado hace siglos que fueron olvidadas.
Solo somos una sombra de lo que un día fueron nuestros ancestros. Es una tarea
imposible.
― No te falta razón, Doren. Fue una
tarea titánica en su momento ―respondió Draín― pero contamos con una ventaja.
Tan solo tenemos que reforjarla. La mayor parte del trabajo está hecha, no
tenemos que crearla a partir de cero. Además, no todas las técnicas fueron
olvidadas. Hay algunas técnicas que solo los descendientes de los primeros
Durledain conocemos. Si trabajamos con eficacia conseguiremos terminarla y
todavía nos sobrará tiempo para prepararle un regalito a ese desconocido. Vamos
a darle lo que se merece a ese maldito niñato con túnica.¿Estáis todos conmigo?
Pronunció estas palabras gritando
por encima de todas las cabezas que le miraban. Un murmullo creció entre los
Durledain hasta que todos prorrumpieron en gritos de emoción.
― ¡Entonces a trabajar todos!
Con un orden propio de aquellos
acostumbrados a trabajar en equipo empezaron a distribuirse por la forja.
Dispuestos a forjar la espada maldita. La espada que sería su perdición.
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