Hace mucho tiempo hubo una época distinta a todo lo que conocéis. Los
bosques poblaban la tierra, las montañas se erguían por encima de las
nubes intentando arañar el cielo con sus riscos afilados. Los ríos
fluían caudalosos entre las peñas provenientes de los neveros y bajaban
hasta las llanas planicies y praderas por donde se deslizaban hasta
alcanzar la costa.
Pero lo que hacia que el mundo fuera distinto no era
esto, no, la causa era la magia. La magia corría por la tierra, la magia
estaba en el aire. Fluía entre las raíces de arboles milenarios y
llenaba cauces de agua. Recorría el mundo con el viento y se enroscaba
en las hojas de las plantas.
Hubo muchas personas que intentaron
utilizar esa magia. Mediante la inteligencia y la fuerza, muchos
intentaron someter este poderoso elemento para utilizarlo a su antojo,
pero solo unos pocos lo consiguieron. Aquellos que lograron el dominio
de la magia fueron llamados Elementales.
Estas personas utilizando su
destreza con la magia podían dominar los distintos elementos de la
naturaleza y manejarlos a su antojo. Dominaron el fuego, dominaron el
agua, la tierra e incluso algunos consiguieron dominar el cambiante
viento. Pero tan solo uno consiguió descubrir el misterio del prodigio
de la vida. Tan solo una persona fue capaz de crear mediante la magia
otro ser vivo. Tan solo Arstan lo consiguió.
El
gran Arstan, criticado por algunos por emular al dios todopoderoso.
Alabado por muchos como el más poderoso Elemental que pisó la faz de la
tierra. Muchos rumores corren acerca de como logró el conocimiento de la
vida, pero ninguno de ellos es cierto. Pero eso es otra historia que no
debe ser contada en este momento.
Este
es el momento de narrar el comienzo del final de Arstan. La historia de
su muerte, asesinado por su propia creación, traicionado por lo que un
día no fue mas que magia. Sus hijos.
Como todo gran Elemental,
Arstan era un maestro en el dominio de todos los elementos. Podía hacer
fluir el agua entre sus dedos mientras la hacia adoptar mil y una
formas, podía meter la mano en el fuego y jugar con el como si de un
ratón pequeño se tratase, podía llamar al viento y agitarlo en
huracanes, podía hacer temblar la tierra con solo una palabra. Y por
supuesto podía crear vida con tan solo susurrarlo. Pero ante todo,
Arstan era un viajero, viajaba a lo largo y ancho de todo el mundo
ayudando allí donde se le necesitase. Era fácil reconocerle, siempre con
su ajada túnica gris, un cinturón de cuero ancho atándola, y unas botas
marrones llenas de remiendos. Lo que mas llamaba la atención era su
larga melena plateada que se recogía con una cinta de cuero y que
contrastaba claramente con sus mejillas libres de barba.
Año
tras año recorría el mundo curando enfermos, reparando estropicios,
capturando maleantes y aportando consejo a numerosos reyes.
Pero
un día cansado de un mundo que no cambiaba, decidió parar. Fuera donde
fuera los desastres siempre eran los mismos y por mucho que pusiera su
empeño en remediarlos, los desastres se repetían uno detrás de otro. Él
solo no podía con todo. Tras mucho pensarlo decidió establecerse en un
lugar fijo: en el valle formado por las montañas de la sierra
Riskenberg. Conjuró la tierra y con la roca de su seno formó torre mas
alta de toda la tierra, una torre capaz de vislumbrar por encima de las
cumbres de las montañas mas altas, capaz de ver en todas las regiones
del vasto mundo que le rodeaba.
Y allí fundó una escuela, la escuela de el gran Arstan, la escuela de Elementales, la escuela de Nindor.
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